Hoy en relatos de Sábado os voy a poner el primer capÃtulo del nuevo libro de Lidia Herbada, "Dame un mes Soltera", ella nos ha adelantado para nuestro blog el primer capÃtulo asà que sentaros y disfrutar tranquilamente de él.
CapÃtulo 1
En los sueños, uno esconde sus deseos más ocultos. Aquellos que no podemos contar a la gente de nuestro entorno. Y eso eso es lo que le habÃa ocurrido esa noche a Julia Lester. La madrugada la visitó envuelta en sudor. Su mente se aflojó entre sus sábanas y voló hasta el lugar donde ya nadie podÃa hacerle daño.
El sueño comenzaba lejos de su ciudad y la llevaba hasta ParÃs. AllÃ, entre el tumulto de la gente, se sintió una extraña, deambulaba por las calles con una boina ladeada de color granate. Se sentó en un café que hacÃa esquina mientras ojeaba las últimas noticias de Le Monde bañadas en café. Y leyó: "¿Cantar en inglés o en francés, el dilema del pop francés?"
Una mirada apuntaba a su espalda. Taladraba su nuca mientras unas manos firmes sujetaban el respaldo de su silla.
-¿Desea que arreglemos juntos el dilema?
-¿Quién es usted?
- ¿Acaso en un sueño uno tiene que entregar su pasaporte?
- No, claro que no.
Lentamente, se levantó, puso sus manos sobre sus hombros y le separó el pelo hacia un lateral. En el hueco entre el cuello y su oreja, dejó posar su boca de dientes blanqueados, calentó previamente el lugar con un suave vaho con olor a vainilla. La puso en pie, dejando caer al suelo todo el dilema francés. Una manos rodaban su cintura, acariciaba toda la cadera. Y, sin mediar palabra, buscó su boca. Unos mullidos besos golpeaba su estómago, como nudos marineros que la iban dejando sin aliento.
Julia se dio la vuelta en la cama para poder continuar en esa nube placentera y cayó de bruces al suelo dándose un coscorrón en la cabeza, que la devolvió a la realidad.
- Monsieur, ¿dónde está mi dosis de besos?
Un silencio recorrió la habitación que fue interrumpido por la voz de su marido que andaba por el pasillo.
-No me cargues el café, que luego tengo los ojos que no puedo ni cerrarlos.
Su pelo alborotado y un cardenal en el muslo derecho daban la bienvenida a la mañana. Le hacÃan recordar que los sueños, sueños son...
En todo aquello que vale la pena tener, incluso en el placer de ser uno mismo, hay un punto de tedio que ha de ser sobrevivido para que el placer pueda revivir y resistir. Hay jaulas que encierran una vida, sus barrotes impiden que uno respire con total precisión. Su interior puede estar en calma, pero el exterior provoca un gran oleaje, como cuando las olas irrumpen en la playa sin previo aviso.
Dicen que los deseos están en urnas de cristal. Cuando éstas se rompen, uno solo puede esperar que la vida dé un giro y lo lleve a un nuevo destino. Cada dÃa, cada hora, cada mañana incierta espera que la vida le sorprenda.
La naturaleza está revuelta, el viento está acechando de una forma abrupta, dando paso al baile de las encinas. La cuarta hoja del árbol se ha dejado caer y ha comenzado un viaje pausado hasta posarse en mitad del camino. El polvo se ha vuelto a revolver. El aire da pequeños golpes en la ventana, es el despertador de los nuevos dÃas en el campo. Emite pequeños alaridos que se cuelan por el tragaluz. Las sábanas revueltas a sus pies avisan del nuevo dÃa.
-Quiero dar una vuelta con el caballo, sentirme algo libre, LIBRE, LIBRE ... -gritaba en la habitación.
Ayer fue martes, podÃa haber sido jueves, pero fue martes. Los martes encierran a un marido, unos vecinos jugadores de cartas y una gran imaginación para huir de aquella mesa y soñar con una nueva vida.
Desde hace años, Julia se ha convertido en una mujer aburrida. Apenas disfruta de su tiempo libre, no tiene ocio, y todo el mundo está dedicado a su familia. ¿Es que la vida en pareja viene a tu vida para ahogarte y sentarte en una silla para jugar una partida de póker?
La noche anterior fue una de esas noches espesas, largas, soporÃferas, donde pones una sonrisa al mundo y la vas moviendo, según el grado de hipocresÃa. Su cabeza parecÃa una peonza que ha perdido la cuerda y gira entre conversaciones absurdas.
Anoche tuvo una cena con los amigos de su marido, los Marlbin. Ahora se supone que también son de ella. Las conversaciones se entremezclan en bourbon, con un poco de gloss de cristal y los ligeros descensos de las bolsas rusas, donde el barril de Brente sube dos puntos, y donde las bolsas ya han dejado de ser de plástico.
Julia entre tanto juega con sus pies por debajo de la mesa, mueve la alfombra con ligeros toques de tacón, y difumina la imagen de sus invitados, mientras imagina un joven con el pelo liso, que cae sobre su frente, con una camisa blanca abierta que deja entrever un pezón, que se endurece con su mirada lasciva. Una conversación insulsa, le devuelve a la realidad, y echa a Eros de la mesa.
- Cómo me gusta tu blusa nueva.
- Te lo dije Julia. DeberÃas venir conmigo a las rebajas de Bloomy.
- Sabes que ir de compras me aburre como a una mosca estar encerrada en un vaso.
- Creo que cada dÃa te pareces más a ellas.
- ¿A las moscas?
- Siempre estás pegada a tu casa y sólo das vueltas alrededor de ella.
Las conversaciones flotaron en alcohol toda la noche. La madrugada la rescató de una cena tediosa.
La mañana habÃa devuelto su optimismo. En la ventanita vio una ardilla saltar de árbol en árbol.
Se hizo una coleta y bajó las escaleras pensando:
- Ay si fuera una de ellas para poder saltar y llegar hasta Australia.
Preparó el desayuno deprisa y salió despavorida a buscar su caballo. Su cuerpo todavÃa tenÃa alguna carga eléctrica de aquella noche. Monsieur se habÃa esfumado por la ventana y tan sólo quedaban sus manos calentando sus bolsillos.
Su caballo Brinco esperaba su escapada como cada mañana. Es un tordo rodado. Se llama asà porque su pelo se asemeja al tordo, un pájaro con el dorso marrón. Sus manchas grises colorean todo su cuerpo y a medida que va haciéndose viejo se vuelve blanco. Quizás como las personas cuando se abandonan en el abismo. Levanta las patas delanteras dando la bienvenida al nuevo dÃa. Al lomo una marca de la casa: P&J. Paul y Julia, dos seres unidos en un destino caprichoso.
- Mi nombre con el tuyo unido en un trasero-dice con cierta ironÃa.
Su otro caballo, Dama, es una yegua, también estás cansada de no ser nunca la elegida.
Coloca las bridas, se agarra a la silla y pega un salto para colocar sus isquiones bien derechos. Su espalda queda recta. Y acaricia sus crines.
- Bonito, mi Brinco, ya estoy aquÃ. Llévame muy lejos. Dónde tú quieras.
Brinco, como su nombre indica, comienza a pegar pequeños saltos, poniéndose con las patas traseras apoyadas, y con las delanteras haciendo un gesto simpático hacia ella como dándole la bienvenida con su relincho y su resoplido. De pronto, la levanta hasta el aire tirándola al suelo.
-¿Te parece bonito hacerme esto a mÃ?
Con gesto mohÃno, el caballo acerca su boca hasta el bolsillo derecho robándole una zanahoria.
- Vaya, eso es lo que querÃas.
Julia sacude su pantalón y sube de un salto a su lomo. Tomas las riendas y galopa sin punto establecido por la ladera al sur de Connecticut, primero va de paseo, luego un poco de trote y cuando el camino se parece mas angosto, comienza su galope. Ella se pone de pie sobre la silla. El viento corta su cara. El ramaje queda a un lado, abriéndose a su paso. Con las bridas va hacia la derecha o a veces tira hacia la izquierda. Le gusta tanto cabalgar porque en ese momento dirige su vida.
Connecticut, la bella Connecticut. Ciudad de sueños truncados. es uno de los cincuenta estados que componen Estados Unidos, la pequeña Nueva Inglaterra la llaman. El clima es seco, llueve pocas veces al año y cuando lo hace es con tanta fuerza que tienen que poner toallas en todos los marcos de las puertas.
Las casas pasan deprisa, como diapositiva; son de piedra, están separadas las unas de las otras y en los kilómetros cercanos apenas hay vecinos. Los arboles se juntan en un punto y Julia los zigzaguea sin dejar de mirar al frente.
- Ese es mi chico- grita haciendo eco.
A lo lejos, divisa Hartford, la Ciudad de los Seguros, al sur de Connecticut. Desde que ya no vive allÃ, su armario hizo un cambio. Su falda plisada se escapó para traer de nuevo sus pantalones anchos, sus cuellos de cisne y su crema solar. Una mezcla de colonias enredadas de las buenas noches, una taza de W.C. abierta a deshoras y unos cigarrillos mal apagados en el cenicero, avisaron de que ya habÃa vendido su libertad. Todos ellos se mezclaron haciendo un nudo en su estómago.
A veces, se ha preguntado si una relación es una máquina con engranaje que debe ponerse en marcha por sà sola o que quizás necesite de un relojero antiguo que conozca la maquinaria.
- Corre, corre, bonito. Llévame tan lejos que no sepas volver.
Absurdo pensamiento para un caballo listo como era Brinco. Después de cabalgar a toda la velocidad, el caballo volvió a casa con paso lento. Julia se miró sus manos, antes daban paso a la creatividad. Mujeres Invisibles fue su gran novela. Hubo un tiempo en que todo el pueblo se arremolinaba alrededor de ella, buscaban un lÃder de opinión que las guiará en la vida. Todas las mujeres se sentÃan indentificadas con aquella mujer invisible que vivÃa en Colorado. Pero ella ni siquiera se escapaba un fin de semana.
-Cobarde- gritaba sollozando en lágrimas.
Se habÃa convertido en una Madame Bovary sin llegar al suicidio. Sus lágrimas rodaban por su cara hasta mojar el cuello de la camisa. Y entonces recordó a su abuelo sentado en aquella mecedora de mimbre, con su pipa y gafas de concha marrón.
- Seras escritora.
- ¿Por qué abuelo lo crees tan ciegamente?
- Porque tienes la cara de la felicidad..
-¿Y crees que eso te delata para serlo?
- La imaginación siempre te hace ser feliz- y añadió-:Nunca olvides que los libros siempre te sacaran de tus miserias.
A medida que Julia fue creciendo, se dio cuenta de que podÃa incorporar al cajón de ilusiones una más , la lectura, su compañera amiga, la que nunca la abandonarÃa, la que por las mañanas se llevara el desayuno a la cama y la que por las noches le arropara en mitad de la noche. De echo, éste le dio un tesoro que Julia guardó con ella durante mucho tiempo, el libro Gran Hotel de Vicky Baum, y le dijo:
- Mira, pequeña, te doy algo valioso para que siempre recuerdes que lo más importante de la vida, no está en lo material, sino que lo encontrarás en páginas viejas como esta. Un dÃa regaláselo a quien creas que de verdad merece tu afecto.
Durante un tiempo, sus tapas rugosas le acompañaron en los avatares de su vida.
Su infancia fue muy feliz. Nació en Montgomery, en Alabama, el primer estado federado de Estados Unidos. Allà rodeada de la familia, creció en un ambiente nada hostil, rodeada del cariño de su abuelo que siempre cuidaba de ella. Su familia paterna se dedicaba a transportar madera y ella, a veces, ayudaba a su abuela en su trabajo. Por la sangre de Julia corrÃa coraje y libertad. Dos siglos antes, un antepasado lo abandonó todo y se fue a la revolución con Pancho Villa.
Fue siempre una mujer despierta que le apasionaba hasta el cultivo del cacahuete. Llegó a aprender el nombre en todos los idiomas posibles, desde italiano, Arachide, hasta holandés: Pita.
Su abuela se empeñaba en enseñarle todo lo que sabÃa del campo, incluso si alguna vez se hacÃa la remolona y no querÃa bajar. Él, con sus artes zalameras, la empujaba como un resorte motivando sus ganas de aprender. Supo coger una azada desde que era muy pequeña. Y pronto su abuelo le compró un caballo. El primero que tuvo se llamaba MerlÃn, un burlón del arte de saltar montÃculos. Una vez le preguntó:
- ¿Abuelo, quién corre más los caballos o las yeguas?
Su abuelo se echó a reÃr y le dijo:
- Como en las personas, la raza animal no entiende de sexo pequeña. Julia sonrió.
Recordando sus frases, Julia no sentÃa más que vergüenza. Sólo tenÃa una vida y la estaba desperdiciando. Y entonces recordó que una vez, sólo una vez fue feliz......................................
- Cómo me gusta tu blusa nueva.
- Te lo dije Julia. DeberÃas venir conmigo a las rebajas de Bloomy.
- Sabes que ir de compras me aburre como a una mosca estar encerrada en un vaso.
- Creo que cada dÃa te pareces más a ellas.
- ¿A las moscas?
- Siempre estás pegada a tu casa y sólo das vueltas alrededor de ella.
Las conversaciones flotaron en alcohol toda la noche. La madrugada la rescató de una cena tediosa.
La mañana habÃa devuelto su optimismo. En la ventanita vio una ardilla saltar de árbol en árbol.
Se hizo una coleta y bajó las escaleras pensando:
Preparó el desayuno deprisa y salió despavorida a buscar su caballo. Su cuerpo todavÃa tenÃa alguna carga eléctrica de aquella noche. Monsieur se habÃa esfumado por la ventana y tan sólo quedaban sus manos calentando sus bolsillos.
Su caballo Brinco esperaba su escapada como cada mañana. Es un tordo rodado. Se llama asà porque su pelo se asemeja al tordo, un pájaro con el dorso marrón. Sus manchas grises colorean todo su cuerpo y a medida que va haciéndose viejo se vuelve blanco. Quizás como las personas cuando se abandonan en el abismo. Levanta las patas delanteras dando la bienvenida al nuevo dÃa. Al lomo una marca de la casa: P&J. Paul y Julia, dos seres unidos en un destino caprichoso.
- Mi nombre con el tuyo unido en un trasero-dice con cierta ironÃa.
Su otro caballo, Dama, es una yegua, también estás cansada de no ser nunca la elegida.
Coloca las bridas, se agarra a la silla y pega un salto para colocar sus isquiones bien derechos. Su espalda queda recta. Y acaricia sus crines.
- Bonito, mi Brinco, ya estoy aquÃ. Llévame muy lejos. Dónde tú quieras.
Brinco, como su nombre indica, comienza a pegar pequeños saltos, poniéndose con las patas traseras apoyadas, y con las delanteras haciendo un gesto simpático hacia ella como dándole la bienvenida con su relincho y su resoplido. De pronto, la levanta hasta el aire tirándola al suelo.
-¿Te parece bonito hacerme esto a mÃ?
Con gesto mohÃno, el caballo acerca su boca hasta el bolsillo derecho robándole una zanahoria.
- Vaya, eso es lo que querÃas.
Julia sacude su pantalón y sube de un salto a su lomo. Tomas las riendas y galopa sin punto establecido por la ladera al sur de Connecticut, primero va de paseo, luego un poco de trote y cuando el camino se parece mas angosto, comienza su galope. Ella se pone de pie sobre la silla. El viento corta su cara. El ramaje queda a un lado, abriéndose a su paso. Con las bridas va hacia la derecha o a veces tira hacia la izquierda. Le gusta tanto cabalgar porque en ese momento dirige su vida.
Connecticut, la bella Connecticut. Ciudad de sueños truncados. es uno de los cincuenta estados que componen Estados Unidos, la pequeña Nueva Inglaterra la llaman. El clima es seco, llueve pocas veces al año y cuando lo hace es con tanta fuerza que tienen que poner toallas en todos los marcos de las puertas.
Las casas pasan deprisa, como diapositiva; son de piedra, están separadas las unas de las otras y en los kilómetros cercanos apenas hay vecinos. Los arboles se juntan en un punto y Julia los zigzaguea sin dejar de mirar al frente.
- Ese es mi chico- grita haciendo eco.
A lo lejos, divisa Hartford, la Ciudad de los Seguros, al sur de Connecticut. Desde que ya no vive allÃ, su armario hizo un cambio. Su falda plisada se escapó para traer de nuevo sus pantalones anchos, sus cuellos de cisne y su crema solar. Una mezcla de colonias enredadas de las buenas noches, una taza de W.C. abierta a deshoras y unos cigarrillos mal apagados en el cenicero, avisaron de que ya habÃa vendido su libertad. Todos ellos se mezclaron haciendo un nudo en su estómago.
A veces, se ha preguntado si una relación es una máquina con engranaje que debe ponerse en marcha por sà sola o que quizás necesite de un relojero antiguo que conozca la maquinaria.
- Corre, corre, bonito. Llévame tan lejos que no sepas volver.
Absurdo pensamiento para un caballo listo como era Brinco. Después de cabalgar a toda la velocidad, el caballo volvió a casa con paso lento. Julia se miró sus manos, antes daban paso a la creatividad. Mujeres Invisibles fue su gran novela. Hubo un tiempo en que todo el pueblo se arremolinaba alrededor de ella, buscaban un lÃder de opinión que las guiará en la vida. Todas las mujeres se sentÃan indentificadas con aquella mujer invisible que vivÃa en Colorado. Pero ella ni siquiera se escapaba un fin de semana.
-Cobarde- gritaba sollozando en lágrimas.
Se habÃa convertido en una Madame Bovary sin llegar al suicidio. Sus lágrimas rodaban por su cara hasta mojar el cuello de la camisa. Y entonces recordó a su abuelo sentado en aquella mecedora de mimbre, con su pipa y gafas de concha marrón.
- Seras escritora.
- ¿Por qué abuelo lo crees tan ciegamente?
- Porque tienes la cara de la felicidad..
-¿Y crees que eso te delata para serlo?
- La imaginación siempre te hace ser feliz- y añadió-:Nunca olvides que los libros siempre te sacaran de tus miserias.
A medida que Julia fue creciendo, se dio cuenta de que podÃa incorporar al cajón de ilusiones una más , la lectura, su compañera amiga, la que nunca la abandonarÃa, la que por las mañanas se llevara el desayuno a la cama y la que por las noches le arropara en mitad de la noche. De echo, éste le dio un tesoro que Julia guardó con ella durante mucho tiempo, el libro Gran Hotel de Vicky Baum, y le dijo:
- Mira, pequeña, te doy algo valioso para que siempre recuerdes que lo más importante de la vida, no está en lo material, sino que lo encontrarás en páginas viejas como esta. Un dÃa regaláselo a quien creas que de verdad merece tu afecto.
Durante un tiempo, sus tapas rugosas le acompañaron en los avatares de su vida.
Fue siempre una mujer despierta que le apasionaba hasta el cultivo del cacahuete. Llegó a aprender el nombre en todos los idiomas posibles, desde italiano, Arachide, hasta holandés: Pita.
Su abuela se empeñaba en enseñarle todo lo que sabÃa del campo, incluso si alguna vez se hacÃa la remolona y no querÃa bajar. Él, con sus artes zalameras, la empujaba como un resorte motivando sus ganas de aprender. Supo coger una azada desde que era muy pequeña. Y pronto su abuelo le compró un caballo. El primero que tuvo se llamaba MerlÃn, un burlón del arte de saltar montÃculos. Una vez le preguntó:
- ¿Abuelo, quién corre más los caballos o las yeguas?
Su abuelo se echó a reÃr y le dijo:
- Como en las personas, la raza animal no entiende de sexo pequeña. Julia sonrió.
Recordando sus frases, Julia no sentÃa más que vergüenza. Sólo tenÃa una vida y la estaba desperdiciando. Y entonces recordó que una vez, sólo una vez fue feliz......................................
Si quieres leer mas compra ....
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario, en breve será visible en cuanto sea aceptado por la administración del blog.