RELATOS DE SABADO, PRIMER CAPITULO DE DAME UN MES SOLTERA DE LIDIA HERBADA - LAS TRES NEURONAS DE ANESCRIS BLOG

25 de enero de 2014

RELATOS DE SABADO, PRIMER CAPITULO DE DAME UN MES SOLTERA DE LIDIA HERBADA




     Hoy en relatos de Sábado os voy a poner el primer capítulo del nuevo libro de Lidia Herbada, "Dame un mes Soltera", ella nos ha adelantado para nuestro blog el primer capítulo así que sentaros y disfrutar tranquilamente de él.


Capítulo 1

     En los sueños, uno esconde sus deseos más ocultos. Aquellos que no podemos contar a la gente de nuestro entorno. Y eso eso es lo que le había ocurrido esa noche a Julia Lester. La madrugada la visitó envuelta en sudor. Su mente se aflojó entre sus sábanas y voló hasta el lugar donde ya nadie podía hacerle daño.

     El sueño comenzaba lejos de su ciudad y la llevaba hasta París. Allí, entre el tumulto de la gente, se sintió una extraña, deambulaba por las calles con una boina ladeada de color granate. Se sentó en un café que hacía esquina mientras ojeaba las últimas noticias de Le Monde bañadas en café. Y leyó: "¿Cantar en inglés o en francés, el dilema del pop francés?"

    Una mirada apuntaba a su espalda. Taladraba su nuca mientras unas manos firmes sujetaban el respaldo de su silla.

     -¿Desea que arreglemos juntos el dilema?
     -¿Quién es usted?
    - ¿Acaso en un sueño uno tiene que entregar su pasaporte?
    - No, claro que no.

    Lentamente, se levantó, puso sus manos sobre sus hombros y le separó el pelo hacia un lateral. En el hueco entre el cuello y su oreja, dejó posar su boca de dientes blanqueados, calentó previamente el lugar con un suave vaho con olor a vainilla. La puso en pie, dejando caer al suelo todo el dilema francés. Una manos rodaban su cintura, acariciaba toda la cadera. Y, sin mediar palabra, buscó su boca. Unos mullidos besos golpeaba su estómago, como nudos marineros que la iban dejando sin aliento.

    Julia se dio la vuelta en la cama para poder continuar en esa nube placentera y cayó de bruces al suelo dándose un coscorrón en la cabeza, que la devolvió a la realidad.

    - Monsieur, ¿dónde está mi dosis de besos?

    Un silencio recorrió la habitación que fue interrumpido por la voz de su marido que andaba por el pasillo.

    -No me cargues el café, que luego tengo los ojos que no puedo ni cerrarlos.

    Su pelo alborotado y un cardenal en el muslo derecho daban la bienvenida a la mañana. Le hacían recordar que los sueños, sueños son...

     En todo aquello que vale la pena tener, incluso en el placer de ser uno mismo, hay un punto de tedio que ha de ser sobrevivido para que el placer pueda revivir y resistir. Hay jaulas que encierran una vida, sus barrotes impiden que uno respire con total precisión. Su interior puede estar en calma, pero el exterior provoca un gran oleaje, como cuando las olas irrumpen en la playa sin previo aviso.

    Dicen que los deseos están en urnas de cristal. Cuando éstas se rompen, uno solo puede esperar que la vida dé un giro y lo lleve a un nuevo destino. Cada día, cada hora, cada mañana incierta espera que la vida le sorprenda.

    La naturaleza está revuelta, el viento está acechando de una forma abrupta, dando paso al baile de las encinas. La cuarta hoja del árbol se ha dejado caer y ha comenzado un viaje pausado hasta posarse en mitad del camino. El polvo se ha vuelto a revolver. El aire da pequeños golpes en la ventana, es el despertador de los nuevos días en el campo. Emite pequeños alaridos que se cuelan por el tragaluz. Las sábanas revueltas a sus pies avisan del nuevo día.

     -Quiero dar una vuelta con el caballo, sentirme algo libre, LIBRE, LIBRE ... -gritaba en la habitación.

     Ayer fue martes, podía haber sido jueves, pero fue martes. Los martes encierran a un marido, unos vecinos jugadores de cartas y una gran imaginación para huir de aquella mesa y soñar con una nueva vida.

    Desde hace años, Julia se ha convertido en una mujer aburrida. Apenas disfruta de su tiempo libre, no tiene ocio, y todo el mundo está dedicado a su familia. ¿Es que la vida en pareja viene a tu vida para ahogarte y sentarte en una silla para jugar una partida de póker?

     La noche anterior fue una de esas noches espesas, largas, soporíferas, donde pones una sonrisa al mundo y la vas moviendo, según el grado de hipocresía. Su cabeza parecía una peonza que ha perdido la cuerda y gira entre conversaciones absurdas.

    Anoche tuvo una cena con los amigos de su marido, los Marlbin. Ahora se supone que también son de ella. Las conversaciones se entremezclan en bourbon, con un poco de gloss de cristal y los ligeros descensos de las bolsas rusas, donde el barril de Brente sube dos puntos, y donde las bolsas ya han dejado de ser de plástico.

     Julia entre tanto juega con sus pies por debajo de la mesa, mueve la alfombra con ligeros toques de tacón, y difumina la imagen de sus invitados, mientras imagina un joven con el pelo liso, que cae sobre su frente, con una camisa blanca abierta que deja entrever un pezón, que se endurece con su mirada lasciva. Una conversación insulsa, le devuelve a la realidad, y echa a Eros de la mesa.

    - Cómo me gusta tu blusa nueva.
    - Te lo dije Julia. Deberías venir conmigo a las rebajas de Bloomy.
     - Sabes que ir de compras me aburre como a una mosca estar encerrada en un vaso.
     - Creo que cada día te pareces más a ellas.
    - ¿A las moscas?
     - Siempre estás pegada a tu casa y sólo das vueltas alrededor de ella.

     Las conversaciones flotaron en alcohol toda la noche. La madrugada la rescató de una cena tediosa.

     La mañana había devuelto su optimismo. En la ventanita vio una ardilla saltar de árbol en árbol.

     Se hizo una coleta y bajó las escaleras pensando:

     - Ay si fuera una de ellas para poder saltar y llegar hasta Australia.

     Preparó el desayuno deprisa y salió despavorida a buscar su caballo. Su cuerpo todavía tenía alguna carga eléctrica de aquella noche. Monsieur se había esfumado por la ventana y tan sólo quedaban sus manos calentando sus bolsillos.

     Su caballo Brinco esperaba su escapada como cada mañana. Es un tordo rodado. Se llama así porque su pelo se asemeja al tordo, un pájaro con el dorso marrón. Sus manchas grises colorean todo su cuerpo y a medida que va haciéndose viejo se vuelve blanco. Quizás como las personas cuando se abandonan en el abismo. Levanta las patas delanteras dando la bienvenida al nuevo día. Al lomo una marca de la casa: P&J. Paul y Julia, dos seres unidos en un destino caprichoso.

     - Mi nombre con el tuyo unido en un trasero-dice con cierta ironía.

     Su otro caballo, Dama, es una yegua, también  estás cansada de no ser nunca la elegida.

     Coloca las bridas, se agarra a la silla y pega un salto para colocar sus isquiones bien derechos. Su espalda queda recta. Y acaricia sus crines.

     - Bonito, mi Brinco, ya estoy aquí. Llévame muy lejos. Dónde tú quieras.

     Brinco, como su nombre indica, comienza a pegar pequeños saltos, poniéndose con las patas traseras apoyadas, y con las delanteras haciendo un gesto simpático hacia ella como dándole la bienvenida con su relincho y su resoplido. De pronto, la levanta hasta el aire tirándola al suelo.

     -¿Te parece bonito hacerme esto a mí?

     Con gesto mohíno, el caballo acerca su boca hasta el bolsillo derecho robándole una zanahoria.

     - Vaya, eso es lo que querías.

     Julia sacude su pantalón y sube de un salto a su lomo. Tomas las riendas y galopa sin punto establecido por la ladera al sur de Connecticut, primero va de paseo, luego un poco de trote y cuando el camino se parece mas angosto, comienza su galope. Ella se pone de pie sobre la silla. El viento corta su cara. El ramaje queda a un lado, abriéndose a su paso. Con las bridas va hacia la derecha o a veces tira hacia la izquierda. Le gusta tanto cabalgar porque en ese momento dirige su vida.

     Connecticut, la bella Connecticut. Ciudad de sueños truncados. es uno de los cincuenta estados que componen Estados Unidos, la pequeña Nueva Inglaterra la llaman. El clima es seco, llueve pocas veces al año y cuando lo hace es con tanta fuerza que tienen que poner toallas en todos los marcos de las puertas.

     Las casas pasan deprisa, como diapositiva; son de piedra, están separadas las unas de las otras y en los kilómetros cercanos apenas hay vecinos. Los arboles se juntan en un punto y Julia los zigzaguea sin dejar de mirar al frente.

     - Ese es mi chico- grita haciendo eco.

     A lo lejos, divisa Hartford, la Ciudad de los Seguros, al sur de Connecticut. Desde que ya no vive allí, su armario hizo un cambio. Su falda plisada se escapó para traer de nuevo sus pantalones anchos, sus cuellos de cisne y su crema solar. Una mezcla de colonias enredadas de las buenas noches, una taza de W.C. abierta a deshoras y unos cigarrillos mal apagados en el cenicero, avisaron de que ya había vendido su libertad. Todos ellos se mezclaron haciendo un nudo en su estómago.

     A veces, se ha preguntado si una relación es una máquina con engranaje que debe ponerse en marcha por sí sola o que quizás necesite de un relojero antiguo que conozca la maquinaria.

     - Corre, corre, bonito. Llévame tan lejos que no sepas volver.

     Absurdo pensamiento para un caballo listo como era Brinco. Después de cabalgar a toda la velocidad, el caballo volvió a casa con paso lento. Julia se miró sus manos, antes daban paso a la creatividad. Mujeres Invisibles fue su gran novela. Hubo un tiempo en que todo el pueblo se arremolinaba alrededor de ella, buscaban un líder de opinión que las guiará en la vida. Todas las mujeres se sentían indentificadas con aquella mujer invisible que vivía en Colorado. Pero ella ni siquiera se escapaba un fin de semana.

     -Cobarde- gritaba sollozando en lágrimas.

     Se había convertido en una Madame Bovary sin llegar al suicidio. Sus lágrimas rodaban por su cara hasta mojar el cuello de la camisa. Y entonces recordó a su abuelo sentado en aquella mecedora de mimbre, con su pipa y gafas de concha marrón.

     - Seras escritora.
     - ¿Por qué abuelo lo crees tan ciegamente?
     - Porque tienes la cara de la felicidad..
      -¿Y crees que eso te delata para serlo?
     - La imaginación siempre te hace ser feliz- y añadió-:Nunca olvides que los libros siempre te sacaran de tus miserias.

    A medida que Julia fue creciendo, se dio cuenta de que podía incorporar al cajón de ilusiones una más , la lectura, su compañera amiga, la que nunca la abandonaría, la que por las mañanas se llevara el desayuno a la cama y la que por las noches le arropara en mitad de la noche. De echo, éste le dio un tesoro que Julia guardó con ella durante mucho tiempo, el libro Gran Hotel de Vicky Baum, y le dijo:

      - Mira, pequeña, te doy algo valioso para que siempre recuerdes que lo más importante de la vida, no está en lo material, sino que lo encontrarás en páginas viejas como esta. Un día regaláselo a quien creas que de verdad merece tu afecto.

     Durante un tiempo, sus tapas rugosas le acompañaron en los avatares de su vida.

     Su infancia fue muy feliz. Nació en Montgomery, en Alabama, el primer estado federado de Estados Unidos. Allí rodeada de la familia, creció en un ambiente nada hostil, rodeada del cariño de su abuelo que siempre cuidaba de ella. Su familia paterna se dedicaba a transportar madera y ella, a veces, ayudaba a su abuela en su trabajo. Por la sangre de Julia corría coraje y libertad. Dos siglos antes, un antepasado lo abandonó todo y se fue a la revolución con Pancho Villa.

     Fue siempre una mujer despierta que le apasionaba hasta el cultivo del cacahuete. Llegó a aprender el nombre en todos los idiomas posibles, desde italiano, Arachide, hasta holandés: Pita.

    Su abuela se empeñaba en enseñarle todo lo que sabía del campo, incluso si alguna vez se hacía la remolona y no quería bajar. Él, con sus artes zalameras, la empujaba como un resorte motivando sus ganas de aprender. Supo coger una azada desde que era muy pequeña. Y pronto su abuelo le compró un caballo. El primero que tuvo se llamaba Merlín, un burlón del arte de saltar montículos. Una vez le preguntó:

     - ¿Abuelo, quién corre más los caballos o las yeguas?

     Su abuelo se echó a reír y le dijo:

     - Como en las personas, la raza animal no entiende de sexo pequeña. Julia  sonrió.

     Recordando sus frases, Julia no sentía más que vergüenza. Sólo tenía una vida y la estaba desperdiciando. Y entonces recordó que una vez, sólo una vez fue feliz......................................

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