La plaza de la Esperanza se situaba en una de las barriadas más prósperas de la ciudad y era tan visitada por los vecinos como por los turistas atraÃdos por esas ciudades que encierran pequeñas historias entre sus habitantes.
Sus zonas ajardinadas y su gran fuente de agua ornamentada con ranitas hechas en piedra, era el lugar donde todos se tomaban las fotografÃas ideales para inmortalizar grandes momentos; los niños jugaban allà con sus peonzas o con sus juguetes y también habÃan unos columpios con un tobogán que hacÃa las delicias de todos ellos cuando acudÃan con sus familiares, quienes también compraban las semillas en el kiosko para las palomas que vivÃan en los tejados cercanos y que no temÃan a las personas que les daban de comer.
Los más ancianos de la ciudad recordaban aquella plaza como un lugar donde antes sólo existÃan casi una docena de higueras en una explanada de tierra que solÃa encharcarse cuando llovÃa. En aquél solar también se celebraban los mercados de ganado y agricultura e incluso a veces, las compañÃas de circo o de teatro venÃan para divertir a la gente de la ciudad.
En aquella época la capital tenÃa otro aspecto y aunque empezaba a crecer poco a poco, no habÃa tanta gente trajeada y ajetreada corriendo de un lado a otro sin más tiempo a nada. Antes la gente vivÃa con más calma y habÃa tiempo para todo y los vecinos se tenÃan más en cuenta entre ellos, porque hoy es extraño que venga un vecino para compartir productos de la compra en el mercado o para ofrecer una porción de tarta cuando no se trataba de un pastel que habÃa horneado su esposa durante la tarde con toda su ilusión.
Pero eran otros tiempos...Un dÃa, tres hombres sin nada en sus manos porque todo lo que un dÃa tuvieron, les fue arrebatado de sus vidas quedando de un dÃa para otro en el frÃo suelo de la calle. Empezaron refugiándose del duro invierno en las sucursales de bancos y cajas de la ciudad hasta que les echaron a gritos y a patadas sin impunidad alguna, viéndose obligados a buscarse otro lugar continuamente. Entonces aparecieron en la plaza con sus ropas sucias arrastrando desde los contenedores de basura cualquier material que les pudiera proteger de las inclemencias del tiempo.
La plaza de la Esperanza habÃa sido muy popular en tiempos no muy lejanos, pero ahora se habÃa convertido en la vergüenza de la barriada y todo era porque habÃan tres señores que vivÃan entre cartones y tablas de madera. Desde que llegaron los tres mendigos, el malestar entre los vecinos fue en aumento hasta tal punto que de inmediato, dejaron de llevar a sus hijos a los columpios y a dar de comer a las palomas.
Ese mismo rincón del barrio se fue degradando hasta convertirse en un lugar casi imperceptible para todo el mundo, excepto para los comerciantes que se quejaban de la suciedad que estos dejaban a su alrededor y algunos padres se quejaban duramente del lamentable estado de abandono y deterioro del lugar. Los accidentes por tropiezos y heridas varias se contaban por decenas a causa de las baldosas rotas y otros desperfectos.
Los problemas no tardaron demasiado en aparecer. Los vecinos alarmados por la mala imagen que estos creaban a diario y luego la acumulación de basura, botellas y latas rotas causaban mal olor en la zona además de sus continuadas y brutales broncas que muchas veces terminaban con la presencia de la policÃa para poner orden entre tantos puñetazos y gritos despectivos.
Al finalizar la primavera, estos se marcharon a otro lugar pero nadie supo la respuesta porque no les importaba a donde fueran a parar, ya que les interesaba más comprobar que los problemas se habÃan resuelto.
Prontamente, los servicios de limpieza del ayuntamiento se encargaron de eliminar toda la suciedad e higienizar la plaza. Desde luego, era innegable la prisa por recuperar aquella parcela de ocio ciudadano.
Después de rehabilitar el lugar, vecinos y comerciantes se sintieron tan orgullosos de lucir una plaza con un aspecto inmejorable que celebraron un evento para potenciar la influencia de los turistas e incrementar la popularidad de la capital.
Los meses transcurrieron y el invierno volvió con más crudeza, con temperaturas bajo cero y una nevada importante a nivel del mar que todos los vecinos de aquella barriada trataron de inmortalizar fotografiando a sus pequeños junto al agua congelada de la fuente. Era evidente que ya nadie recordaba a los tres mendigos que allá donde estuvieran, seguramente estarÃan sufriendo las gélidas temperaturas.
No era interés de nadie que aquellos mendigos, personas al fin y al cabo, estaban enfermos y necesitaban entrar en calor de forma urgente.Era tanto el frÃo que estaban entumecidos y empezaron a buscar tablones para hacer un fuego que les amparase. Al cabo de un rato, la mala casualidad hizo que una chispa saltase sobre ellos mientras dormÃan profundamente. El fuego creció fugaz devorando las maderas y sus ropas impregnadas por el alcohol que habÃan bebido aquella noche y el refugio
de los tres mendigos quedó calcinado por las llamaradas en muy pocos minutos. Afortunadamente, dos de ellos pudieron escapar del fuego pero el otro se quedó atrapado cuando las maderas se precipitaron sobre él.
En una entrevista que realizó el diario local, los señores explicaron que se llamaban Esteban y Bartolomé. Durante muchos años ambos habÃan sido empleados de la vieja panaderÃa del barrio y el compañero que habÃa muerto en el incendio se trataba de Guillermo, el viejo kioskero que vendÃa las semillas para dar de comer a las palomas.
Al dÃa siguiente, la gente de la ciudad conoció la noticia del incendio y asà fue como los vecinos supieron de nuevo sobre la existencia de aquellos tres indigentes de la plaza.
Hubo un tiempo para todo y que todo era mejor o más bonito que ahora, al menos, para la Plaza de la Esperanza.
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