CapÃtulo primero
para los demás aquello significaba una contrariedad. En los dÃas de mal tiempo y bajas temperaturas, era un tormento para mà la obligación de salir de paseo, o, simplemente, salir al exterior para hacer algún trabajo, puesto que siempre volvÃa a casa, al caer de la tarde, con los dedos de manos y pies completamente helados, el ánimo entristecido por los continuos reproches de que era objeto por parte de Bessie, la nurse que nos acompañaba, y además me sentÃa profundamente humillada al compararme con los hijos de mistress Reed y notar mi inferioridad fÃsica.
Los tres niños aludidos se llamaban Elisa, John y Georgina, y en aquellos instantes se hallaban agrupados en torno a su madre, que, sentada en un sofá al lado de la chimenea, parecÃa completamente feliz al tenerlos allÃ. Estaban muy formalitos, y por el momento no se les ocurrÃa
llorar ni disputar. Yo me mantenÃa alejada del grupo, pensando: «Mistress Reed desea que no me acerque a ella en tanto que no haya oÃdo el informe que le ha de dar Bessie acerca de mi conducta de hoy, aparte de que, por sà misma, ha de observar lo formalita y lo buena que me voy haciendo, y que mi carácter es más sociable y alegre que hasta ahora. Mientras tanto, no me permitirá disfrutar de
unos privilegios que sólo corresponden como premio a los niños felices y contentos».
—¿Qué le ha dicho Bessie de mi conducta? —acabé preguntando.
—Jane, no me gustan nada las preguntonas ni las niñas revoltosas; además, está severamente prohibido que los niños se dirijan a sus mayores en semejante forma. Siéntate en cualquier parte, y mientras no seas capaz de hablar como es debido, cállate.
Junto al saloncito habÃa un pequeño comedor que se usaba a la hora del desayuno. Yo me metà en él porque habÃa allà una estanterÃa con libros, y tomando uno de éstos, que procuré que estuviera bien ilustrado con grabados, me dirigà hacia el escaño que habÃa en la ventana, en el que subà de pie, para luego sentarme en él a la turca; procuré colocar las cortinas en forma que me ocultaran a todas las
miradas, y me sentà a gusto en mi retiro.
A mi derecha, la tapicerÃa caÃa en espesos pliegues colorados, en tanto que al lado siniestro tenÃa los cristales de la ventana separándome y protegiéndome contra el frÃo de aquel helado dÃa de noviembre tan triste. A veces, y en el momento de volver alguna página de mi libro, echaba una
mirada sobre el paisaje que desde mi observatorio se podÃa descubrir. A lo lejos se veÃa una borrosa mezcolanza de niebla y de nubarrones oscuros, y, más cerca, la pradera de césped saturado de agua y el desnudo matorral, sobre los que no cesaba de diluviar interminablemente. Era de suponer que la helada que siguiera a aquella copiosa lluvia habrÃa de terminar de quemarlos con sus mordiscos
despiadados.
Volvà de nuevo a fijar mi atención en el libro —Historia de las aves de la Gran Bretaña, de Bewick—, aunque, a decir verdad, no leÃa gran cosa; sin embargo, habÃa unas páginas de la introducción que, a pesar de mi corta edad, consiguieron interesarme mucho. Se trataba de aquellas
en que se describÃan los nidos de las aves marinas, que suelen ser los únicos habitantes de las «rocas solitarias y de los promontorios» que se hallan en las costas noruegas y en todas las islas de la parte sur, desde Lindeness o Naze, hasta el Cabo Norte... «Donde el Océano Glacial, en continuo movimiento, — se agita frenético alrededor de las desiertas islas — llenas de desolación de la lejana Thule, — y el Atlántico rebulle tormentosamente, — rodeando a las Hébridas».
Tampoco dejé de interesarme por la sugestión que para mà poseÃan las desiertas playas de Laponia, Siberia, Spitzberg, Nueva Zembla, Groenlandia e Islandia, con todo lo concerniente a la zona ártica y todas las demás tierras abandonadas, en las que predomina el hielo, «que reuniéndose en cantidades fabulosas, capaces de hacer montañas unas encima de otras, rodean el Polo Norte, concentrando en sà mismas todos los rigores de las más bajas temperaturas del mundo». En mi infantil imaginación
se formaba una idea terrorÃfica y grandiosa de todo lo que podÃan ser esas desoladas regiones del planeta. Las viñetas ilustrativas que contenÃa el libro, me ayudaban mucho para comprenderlo a mi manera, al contemplar una roca solitaria emergiendo de un mar de olas tormentosas y cubriéndose de espuma al empuje de ellas; el bote destrozado y abandonado en una playa solitaria, o la luna
besando con sus tristes rayos nocturnos los despojos de un naufragio, a través de densas nubes que presagiaban nueva tormenta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario, en breve será visible en cuanto sea aceptado por la administración del blog.