Hoy volvemos a por los Relatos de Sábado y espero que la semana que viene seguir con otro tipo de relatos, esta semana os pongo algo de un autor el uno de los poetas que más me gusta, sus rimas son geniales y soy una entusiasta de él. Así que hay va, ¿Que os gustan los poemas, o nos os va nada?¿Quereís que os ponga alguna vez más?
RIMA I
Yo sé un himno gigante y extraño
que anuncia en la noche del alma una aurora,
y estas páginas son de este himno
cadencias
que el aire dilata en la sombras.
Yo quisiera escribirlo, del hombre
domando el rebelde, mezquino idioma,
con palabras que fuesen a un tiempo
suspiros y risas, colores y notas.
Pero en vano es luchar; que no hay cifra
capaz de encerrarlo, y apenas, ¡oh hermosa!
pudiera al oído, contártelo a solas.
RIMA IX
Los invisibles átomos del aire
en derredor palpitan y se inflaman
el cielo se deshace en rayos de oro
la tierra se estremece alborozada
Oigo flotando en olas de armonía
rumor de besos y batir de alas,
mis párpados se cierran...¿ Qué sucede?
¿Dime?... ¡Silencio!... ¿Es el amor que pasa?
RIMA XII
Porque son niña,
tus ojos verdes como el mar, te quejas;
verdes los tienen las náyades,
verdes los tuvo Minerva,
y verdes son las pupilas
de las huris del profeta.
El verde es gala y ornato
del bosque en la primavera;
entre sus siete colores
brillante el Iris lo ostenta.
Las esmeraldas son verdes,
verde el color del que espera,
y las ondas del océano,
y el laurel de los poetas.
Es tu mejilla temprana
rosa de escarcha cubierta
en que el carmín de los pétalos
se ve a través de las perlas
Y, sin embargo, sé que te quejas,
porque tus ojos crees que la afean:
pues no lo creas;
que parecen
tus pupilas,
húmedas, verdes e inquietas,
tempranas hojas de almendro,
que al soplo del aire tiemblan.
Es tu boca de rubíes
purpúrea granada abierta,
que en el estío convida
a apagar la sed en ella.
Y, sin embargo, sé que te quejas,
porque tus ojos crees que la afean
:
pues, no lo creas que parecen,
si enojada tus pupilas centellean,
las olas del mar que rompen
en las cantábricas peñas.
Es tu frente que corona
crespo el oro en ancha trenza,
nevada cumbre en que el día
su postrera luz refleja.
Y, sin embargo, sé que te quejas,
porque tus ojos crees que la afean:
pues, no lo creas.
Que, entre las rubias pestañas,
junto a las sienes, semejan
broches de esmeralda y oro,
que un blanco armiño sujetan.
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