Relatos de Sabado- Primer capítulo de "Más allá del viento" de J.P. Alexander - LAS TRES NEURONAS DE ANESCRIS BLOG

8 de noviembre de 2014

Relatos de Sabado- Primer capítulo de "Más allá del viento" de J.P. Alexander


     Esta semana en Relatos de Sábado, esta semana os voy a poner el prólogo del libro de J.P, Alexander, del que os hable ayer viernes , espero que os guste al final os pondré el enlace donde podéis comprarlo si os ha gustado, saludos y buen fin de semana.

Prólogo 

     «Una lágrima creó Rianus y una sonrisa le dio vida». Abel dejó de leer el pesado manuscrito que había traído unos días antes y miró por la ventana. Aún no había amanecido, el cielo estaba anaranjado, con un toque violeta, que hacía que la mítica ciudad de Anexlu pareciera salida de un cuento o de una leyenda. Sin duda, era hermosa con sus grandes parques, sus casas de adobe blanco, sus calles estrechas y grandes templos. Lo más sorprendente de ella era el volcán Mitzlu que la protegía y en cuyas faldas se asentaba. Su planicie estaba cubierta por dos grandes bosques y una catarata a la que solo los sacerdotes ulchs tenían acceso. 

     Anexlu, además de bella, contenía una magia ancestral que rodeaba a la ciudad con misterio. En la capital de Janus era casi imposible enfermarse. Su energía estaba tan presente en el entorno que hasta el mago más mediocre mejoraba. Por eso estaba en esa ciudad y había pasado toda su vida investigando sobre ella y su extraño poder. Se paró un poco tambaleante. Frotó con sus manos su cara y bostezó, debía volver al trabajo. Su atención retomó el libro que había hallado, tras muchos años de investigación, y leyó.


     «La diosa Enya creó al primer mago cuando estaba a punto de amanecer. En ese breve instante, cuando la luna y el sol compartían un mismo lugar». Abel cerró el libro con fastidio. Luego lo abrió y leyó de nuevo.«Se conoce al primer hombre como Kish Groiss3. La diosa le dio muchos regalos y una misión».
—¿Cuál era esa misión? —murmuró fastidiado.
Sabía muy bien los dones que tenían los descendientes de Kish Groiss. Eran Reyes de la 
ciudad más poderosa de Rianus. 

     Por más que los años pararon, Janus seguía siendo una superpotencia. Vivían sin enfermedades y poseían una magia tan grande que controlaban cualquier elemento sin el menor esfuerzo. Abel pasó la página para encontrar datos inútiles. Había releído cientos de veces el manuscrito desde que lo encontró. Sabía que su única opción era sacar la información de Gerard Groiss, Rey de Janus, descendiente de Kish Groiss, pero hasta ahora sus esfuerzos habían sido infructuosos. 

     Caminó descalzo sobre el lustroso piso de madera. Los muebles de su habitación eran finos y elegantes, construidos por los más grandes artesanos de Janus. Se detuvo en frente de un tocador enorme de color negro y se miró en un gran espejo. La imagen que vislumbró era la de un hombre de cuarenta años, alto, con el cabello negro, corto y con los ojos del mismo color. Su complexión atlética y su rostro de ángel lo hacían un perfecto seductor, un rasgo que había aprendido a cultivar y a utilizar. De familia humilde y sin conexiones, pasó a ser uno de los hombres más poderosos de Rianus. Su ansia de poder y de riqueza lo llevó a convertirse en ulch.

      Comenzó por el puesto más bajo y ahora se había convertido en líder en menos de 15 años desde que ingresó. Oyó un golpe en la puerta.Fue a su escritorio y guardó el documento en un compartimento secreto. Luego, con displicencia, dijo al visitante que pasara mientras caminaba a una sala contigua. Se sentó en un sillón de lana blanca y acolchado. Oleksi Denic entró al cuarto como una pantera a punto de atacar. 

     A diferencia de Abel, no vestía una túnica negra. Su atuendo era más el de un guerrero o bandolero que el de un sacerdote. Llevaba pantalones y una chaqueta de cuero que mostraba sus grandes y peludos brazos. Sus manos estaban cubiertas por unos guantes especiales de los que salían púas de acero. Tenía un cinto rojo atado a su cintura en el que guardaba dos espadas de luz que solo podían ser fabricadas por su secta. Oleksi era un hombre de 50 años, alto, más de 2 metros, de complexión ancha, y llevaba el cabello rapado. 

     Su rostro siempre tenía una expresión fiera, como si estuviera pensando en la mejor forma de aniquilar a la persona que estaba frente a él. Con repugnancia, caminó al lugar en el que se encontraba Abel. Parecía estar a punto de vomitar en la alfombra.
—Mierda, nunca me podré acostumbrar a ese olor.
—¿El de la limpieza?

     Oleksi se lanzó un pedo, como respuesta, y sin que nadie lo invitara a sentarse, se acostó sobre un gran sofá de color café.

     Abel siempre había despreciado los modales groseros de su invitado. Casi todo el mundo pensaba que Oleksi Denic era un tonto inculto alejado de la verdad. El sacerdote guerrero era un gran hechicero y un erudito de culturas antiguas. De no ser por su poca paciencia y desdén por las adulaciones, ocuparía el puesto de Abel, y ambos lo sabían.
—¿Vas a pasar lo que queda de la noche mirando cómo duermo? Te aviso, no follo con 
hombres.

     Abel no respondió, se levantó del sillón y fue hacia un bar de madera que se encontraba al fondo de su pequeña sala. Tomó de uno de los aparadores una botella de cristal que tenía una bebida de color púrpura.
—¿Deseas beber algo?
—Un poco de ron estaría bien —. Abel se sirvió en una copa la bebida púrpura, sacó de 
los anaqueles de la parte baja una bebida de color miel y la puso en un vaso.
—Ten.

     Oleksi tomó el vaso de licor y lo acabó sin pestañear. Cuando acabó su contenido, lo dejó en la mesa y eructó de forma estruendosa. Abel lo miró con desagrado. 
—¿Terminaste con lo que te encomendé?
—Sí. 
Oleksi cerró los ojos como si se hubiera quedado dormido. 
—¿Me vas a dar las pociones que te pedí?
—Más licor.

     Abel le dio la botella de cristal y Oleksi tomó del pico medio frasco. Cuando terminó, se limpió con la manga del brazo y dijo: 
—No.
—Debes dármelo, ya te pagué lo que deseabas.
—Quince esclavas y tres sacos de oro. ¿Crees que soy un puto comerciante?
—¿No lo eres?
—No, soy un jodido hechicero. Las pociones que te hice están prohibidas. Son muy 
difíciles de hacer y sus materiales no se consiguen fácilmente.
—Ya lo sé. ¿Cuál es tu precio? —gruñó Abel intentando sonar indiferente.
Oleksi solo sonrió. Ambos, más que aliados, eran enemigos, pero tenían un objetivo en 
común: descubrir el secreto de Anexlu.
—¿Con quién vas a utilizar las pociones?
—Con quien me dé la regalada gana.
—Mala respuesta; me dices la verdad o me voy.
—Con la Reina Laura.
—Dudo que te haga falta encanto para conquistar a una mujer, más si se trata de esa tabla con faldas. No me insultes creyendo que me voy a tragar ese cuento.
—Es la verdad.
Oleksi tomó un trago más de licor y se levantó del sillón. 
—Bueno, ha sido un gusto visitarte. Nos vemos mañana en el templo.
—Dame las pociones.
—Ya sabes mi precio, Abel, o consigue otro imbécil que te las prepare.

    Abel suspiró. Por un momento creyó que engañaría a Oleksi. Por ahora seguiría su juego y 
le daría parte de la información. Su amigo era listo, pero él lo era aún más.

—Mierda, ven conmigo, quiero mostrarte algo.J. P. Alexander Más allá del viento

     A Oleksi le brillaron los ojos y sonrió en señal de triunfo. Abel caminó hacia su escritorio, sacó una copia del manuscrito y se la enseñó al hechicero. 

     Oleksi leyó durante un rato para luego tomar de su cinturón dos frascos: uno verde y otro 
con líquido transparente.

—Si vas a utilizarlas con el Rey, ten cuidado de que nadie te vea. Dale solo 5 gotas del 
frasco verde. Conseguirás que te diga cualquier cosa que desees, el frasco blanco hará que 
olvide todo lo que te dijo.
—Gracias, Oleksi.
—No me lo agradezcas, quiero estar al tanto con la información que obtengas. Yo también 
deseo conocer el secreto de Anexlu. Oleksi, tras decir esas palabras, se fue. Mientras, Abel estaba seguro de poder conseguir muy pronto su objetivo.

Un fuerte estallido hizo que su corazón latiera más deprisa.


J.P. Alexander

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